jueves, 1 de septiembre de 2016

Eché la vista atrás

Eché la vista atrás y ví que mi vida estaba más llena de lo que pensaba.
Había vivido. Me había equivocado. Había acertado.
Desde la altura de mis 46 años, con vértigo, comencé a alimentarme también de mi pasado.

Había vivido como tocaba, hacia delante.
El tiempo era posibilidad. Mi vida era posibilidad.
Poco a poco, mi mirada cambió.
El tiempo comenzó a presentarse como límite.

Pero mi pasado estaba bastante lleno. La mochila tenía buenas provisiones.
No se trataba de vivir sólo del pasado, pero sí de disfrutarlo como un recuerdo entrañable.

Mi infancia se presentó emocionante, expectante, ilusionada.
El despertar, el descubrir, la primera vez de tantos juegos y hallazgos.
Los innumerables mundos imaginarios discurridos y transitados.
Mi adolescencia plena y exultante. Equivocada, trastabillada, torpe y  también luminosa.

Mi juventud atrevida e inquisitiva.

Puedo decir que lo mejor es que, en general, me atreví. Me atreví a caminar caminos imprevistos. Los grandes viajes por Europa con la mochila al hombro y con los amigos como único ancla con el mundo. Mi camino junto a Dios, a fondo perdido y por donde Él dijera. Mi camino sobre unos imprevistos escenarios de teatro. Mi camino en soledad acompañada....

Y lo mejor es que todo lo hice a fondo. Viajar, amar, rezar, pensar, estudiar, actuar, vivir....

Me arrepiento de muchas cosas, muchas cosas las hice mal, pero era mi vida y la había vivido honestamente, pensado que cada paso era el mejor y el correcto a dar.

Y ahora, en algún momento del apasionante presente, con la obligación de vivirlo con la misma intensidad que el pasado, se cuela algún recuerdo amigable.

Y este presente también se convertirá en pasado en un instante y se convertirá en mochila de la que disfrutar en el futuro.