jueves, 28 de julio de 2011

Dignidad II

Hoy domingo, al ir a misa, me he sentado junto a una familia con un hijo con síndrome de down. Me ha gustado la naturalidad con la que estaban en la celebración y la ternura que había entre ellos.
En el momento de dar la paz, me he dirigido a ellos y al dársela al chaval, me he dado cuenta de que, aunque me estaba dando la mano a mí, su mirada me sobrepasaba y se dirigía a algo a mi espalda. Intrigado, me he dado la vuelta y he visto que se dirigía a un grupo de chicas en el banco del otro lado de la iglesia. La escena ha despertado en mí simpatía y ternura.
Mi sorpresa ha sido cuando una de las chicas ha cruzado el pasillo, se ha dirigido a nosotros y le ha dado la mano al chico. Era evidente que se conocían de otras veces. La expresión de satisfacción y alegría del chaval eran indescriptibles. Para mí las hubiera querido. Se han despertado en mí sentimientos encontrados. Por un lado, una profunda felicidad y gratitud por haber sido testigo de un acontecimiento tan sencillo y a la vez tan profundo, lleno de actitudes y sentimientos ejemplares. Por otro lado, de profunda tristeza y pena, al no poder esquivar el pensamiento de que en la sociedad que estamos construyendo, quizás, dentro de unos años, ya no habrá sitio para estas personas con ¿discapacidades? Estamos redactando leyes que nos permiten decidir que no son dignas de nacer. Estamos poniendo coto a la ternura y a la posibilidad. Y no he podido evitar llorar muy bajito.

Amar

Mientras se puede hacer algo,
siempre se puede hacer.
Cuando ya no se puede hacer nada,
siempre se puede amar.

Pedro Casaldáliga, obispo de San Salvador, poeta de los pobres y profeta de los últimos.